Los impulsores de la desigualdad
La compleja relación entre el crecimiento económico y la desigualdad de ingresos.
El premio Nobel de Economía Simon Kuznets en los 50 fue quien señaló
que al menos dos fuerzas tendían a aumentar la desigualdad a lo largo
del tiempo. Una de ellas era la concentración del ahorro en los grupos
de ingresos altos; Kuznets observó que en Estados Unidos el 5% más rico
de la población era responsable de casi dos tercios de los ahorros
totales.
Un segundo factor, que ha sido una característica universal del
desarrollo a lo largo del siglo pasado, fue el alejamiento gradual de la
agricultura. Entre 1991 y 2001, por ejemplo, más de 8 millones de
personas abandonaron este sector en India. Entre 1965 y 2000 la
proporción de la mano de obra empleada en la agricultura cayó del 49% al
21% en Brasil, del 26% al 5% en Japón, del 55% al 11% en Corea, del 81%
al 47% en China, y disminuyó hasta el 2% en Estados Unidos.
A medida que la población se trasladaba de los pueblos a las
ciudades, de la agricultura a la industria, pasaba de un sector de baja
productividad a otro de mayor productividad y eso acentuaba la
disparidad de ingresos. Los ingresos tendían a estar más igualados en la
agricultura, pero a medida que la gente se mudaba a las urbes la
consecuencia era que la proporción de la población en la que los
ingresos eran más desiguales se incrementaba.
Confluían además otros factores, entre ellos algunos que ejercían una
influencia en la dirección opuesta. Uno era el creciente papel del
gobierno y la aplicación de políticas destinadas a reducir las
disparidades de ingresos, ya fuera a través de impuestos a la herencia,
mecanismos de protección social o algo crucial, la ampliación de la
educación pública a grandes segmentos de la población, incluidas las
niñas.
En algunos países, en particular en Asia Oriental, la reforma agraria
también contribuyó con fuerza a la disminución de las disparidades de
ingresos y puede haber desencadenado un crecimiento económico y
convergencia rápidos. El papel de la política del gobierno implicaba
que, a menudo, había una creciente distinción (o brecha) entre la
desigualdad en los niveles de vida y la desigualdad en los ingresos, la
primera con frecuencia impulsada por los atributos de redistribución del
presupuesto gubernamental. La demografía y la migración también tenían
un impacto sobre la distribución de las rentas.
Al menos igual de importante fue el impacto de la tecnología y las
fuerzas dinámicas relacionadas con la industrialización. Las nuevas
tecnologías y los procesos asociados significaron que aquellos que
poseían las habilidades para poder manejar nuevas máquinas o leer
manuales de instrucciones -la gran mayor parte de ellos hombres- podrían
acceder a salarios mucho más altos, y esto inevitablemente condujo a un
aumento de la disparidad de ingresos entre géneros.
Por otra parte, este fenómeno se retroalimentaba. Aquellos que,
gracias a sus habilidades, podían exigir salarios más altos, podían
permitirse pedir préstamos para poner en marcha nuevas empresas y así
ahorrar más, acumulando un porcentaje creciente de la riqueza del país,
algo que proporcionaba oportunidades adicionales para inversiones
rentables y para seguir creando nuevas empresas. En países con
instituciones débiles, regulaciones ineficaces y poca capacidad de hacer
cumplir la ley esto a menudo se traducía en mayores oportunidades para
gente con pocos escrúpulos, en especial con acceso a los resortes del
poder político.
La expansión de una enorme riqueza derivada de la corrupción ha sido
sin duda una característica habitual del desarrollo económico durante
los últimos dos siglos. Allí donde la creciente disparidad de ingresos
era debida en parte (o en todo) a la corrupción y al abuso de poder el
resultado a menudo era el aumento de las tensiones sociales, la
inestabilidad política o, en los casos más extremos, los disturbios
civiles. Sin embargo, en ausencia de corrupción, el resultado a menudo
era la creación de nuevas industrias y el surgimiento de una poderosa
cultura de la innovación.
La relación entre la educación, la formación y una mano de obra
cualificada y la desigualdad es fuerte y dinámica. Por un lado, a medida
que la educación se extiende y un porcentaje de la población cada vez
mayor participa de sus beneficios se podría esperar una estabilización
de la desigualdad de ingresos. Hay pruebas de que esto es exactamente lo
que ocurrió en Inglaterra en el siglo XIX, donde esta desigualdad se
amplió en un primer momento cuando el proceso de industrialización se
puso en marcha para nivelarse después antes de que se acabara el siglo.
Benjamin Friedman argumenta en The Moral Consequences of Economic Growth (Las
consecuencias morales del crecimiento económico) que “la afirmación de
Karl Marx de que el capitalismo conduce inevitablemente a una creciente
miseria de las clases trabajadoras, y por lo tanto a una polarización
explosiva de la sociedad, era el resultado de la extrapolación miope de
Marx de la desigualdad cada vez mayor que acompañó al crecimiento
económico de Inglaterra en la primera mitad del siglo XIX”.
Sin embargo, no hay garantía de que esta nivelación vaya a ser
permanente. Dado que el cambio tecnológico es relativo, la llegada de
nuevas tecnologías puede, en principio, inducir exactamente los mismos
tipos de cambios que la introducción de tecnologías más simples tuvo
sobre las diferencias salariales basadas en la cualificación durante las
primeras etapas del proceso de desarrollo, conduciendo, una vez más, al
aumento de las disparidades de ingresos.
Friedman ofrece un interesante análisis del impacto del outsourcing
o externalización en la desigualdad de ingresos. Cuando un fabricante
estadounidense cierra su planta en EE UU y desplaza la producción a
India, la pérdida del empleo de los trabajadores estadounidenses será
compensada por las ganancias de empleo en el país asiático. Mientras que
algunos trabajadores estadounidenses pueden ser capaces de encontrar
trabajo en otros lugares, otros no lo harán. Además, es probable que los
beneficios de la empresa aumenten debido a los menores costes laborales
y el impacto neto, por lo tanto, será el de ampliar la desigualdad
dentro de Estados Unidos. Por otra parte, dado a que algunos
trabajadores en India ganarán ahora salarios muy por encima de la media
en este país el cierre de la planta en EE UU también ampliará la
desigualdad dentro de India. Sin embargo, la desigualdad entre
Estados Unidos y el país asiático se habrá reducido. Friedman se
pregunta entonces: “Si la renta media en India se acerca a la de Estados
Unidos pero en el proceso algunos indios—en este ejemplo, los
afortunados trabajadores que consiguen los nuevos empleos en las
fábricas—prosperan y toman la delantera a sus vecinos ¿es el resultado
neto una victoria o una derrota para la causa de la igualdad?”.
No tenemos una plena comprensión de la importancia relativa de todos
estos factores—la acumulación de ahorros, el decreciente papel de la
agricultura, la demografía, las políticas del gobierno, la migración, el
cambio tecnológico y la globalización, por nombrar alguno—a la hora de
determinar la evolución de la desigualdad de renta. Unos son claramente
más susceptibles de cambio a través de modificaciones en el contenido
de las políticas. Otros—el cambio tecnológico es quizá el principal
ejemplo—son más exógenos por naturaleza y responden a una combinación
de creatividad humana, afán de lucro y, solamente de forma marginal,
posibles incentivos del gobierno, teniendo, por tanto, un impacto mucho
más impredecible.
Uno puede asumir razonablemente que la importancia de estos factores
variará de un país a otro, dependiendo de su nivel de desarrollo, y que
esa importancia cambiará con el tiempo, reflejando los cambios
estructurales en la economía global. Sin embargo, Kuznets tenía razón al
afirmar que, sin un mejor conocimiento de la evolución de la
desigualdad de renta y de los factores que la determinan, nuestra propia
comprensión del proceso de desarrollo económico se vería debilitada, al
igual que nuestra capacidad para responder eficazmente a los desafíos
creados por la divergencia de ingresos.