¿Por Qué Hoy la Corrupción no es Tanto un Tabú Como Hace un Cuarto de Siglo?
A
aquellos de nosotros que nos han interesado los actos de corrupción
durante la mayor parte de nuestras carreras, no nos cabe duda que en
algún momento a fines de los años ochenta y principios de los noventa
cambió la manera de pensar dentro de la comunidad del desarrollo
respecto a la importancia de la corrupción en el proceso de desarrollo.
Este cambio fue vacilante al comienzo; durante un tiempo la continua
reticencia a enfrentar un tema que se considera tiene una gran dimensión
política coexistió con crecientes alusiones a la importancia del “buen
gobierno” para fomentar un desarrollo exitoso.
¿Cuáles fueron los factores que contribuyeron a esta evolución? Uno
que me viene rápido a la mente esta vinculado con la caída del muro de
Berlín y el consiguiente colapso de la planificación centralizada como
una alternativa supuestamente viable al libre mercado. Fue obvio que
deficiencias institucionales generalizadas, incluyendo una perniciosa
combinación de autoritarismo (esto es, falta de rendición de cuentas) y
de corrupción, condujeron al desplome de este tipo de planificación más
que la adopción de políticas monetarias inadecuadas.
El colapso de la planificación centralizada en ciertos países a fines de
la década de 1980 y la necesidad de la comunidad internacional de
ayudar a estos a avanzar hacia formas democráticas de gobierno y
economías basadas en los principios del mercado dejó muy claro que sería
mucho más difícil realizar eso que “conseguir controlar la inflación” o
reducir el déficit presupuestario. Literalmente de un día para otro,
los economistas se vieron obligados a enfrentar un conjunto de temas que
iban más allá de la política macroeconómica convencional. Junto con la
desaparición de la planificación centralizada, el fin de la Guerra Fría
tenía claras implicaciones para la voluntad de la comunidad
internacional de hacer la vista gorda a casos flagrantes de corrupción
en lugares donde las lealtades ideológicas habían conducido a episodios
de ceguera colectiva. A fines de los años ochenta, por ejemplo, los
donantes dejaron de apoyar al dictador Mobutu y no estuvieron dispuestos
a recompensarlo por su permanente fidelidad a Occidente durante la
Guerra Fría.
Un segundo factor fue la frustración cada vez mayor debido a la
condiciones de vida en África y en otras partes del mundo en desarrollo.
Las acciones mundiales contra la pobreza habían comenzado a rendir
algunos frutos, pero estos se concentraron principalmente en China,
mientras África registraba nuevos aumentos en el número de pobres. Yo
era un economista del Fondo Monetario Internacional (FMI) a fines de los
años ochenta y principios de los noventa y recuerdo claramente los
esfuerzos del personal del FMI —especialmente en África— de examinar
temas de reformas estructurales e institucionales -más allá de la
estabilización macroeconómica- y de aceptar que la corrupción no podía
seguir siendo ignorada.
Un tercer factor tuvo relación con los avances en la comunidad
académica, especialmente en la investigación sobre la importancia de los
derechos de propiedad, la educación y la capacitación, y las
instituciones. Por ejemplo, algunos trabajos empíricos comenzaron a
sugerir que las diferencias en las instituciones parecían explicar una
parte importante de la desigualdad del crecimiento entre los países y,
por lo tanto, tenían una influencia en el desempeño en materia de
crecimiento de los mismos. (Para un buen estudio, vea, por ejemplo,
Acemoglu y colaboradores. Institutions as the Fundamental Cause of Long-Run Growth [Las instituciones como causa fundamental del crecimiento de largo plazo], en Handbook of Economic Growth, Elsevier, 2004). Un número cada vez mayor de economistas comenzó a considerar la corrupción como un problema económico y esto condujo a una mejor comprensión de los efectos de esta en la economía, un tema que trataremos en un próximo blog.
La aceleración, a partir de la década de 1980, del ritmo de la
globalización también jugó un rol importante. Esta y sus tecnologías de
apoyo claramente han llevado a un notable incremento de la transparencia
y de la demanda popular de apertura y a un mayor escrutinio.
Las organizaciones multilaterales no fueron inmunes a estas
repercusiones. ¿Cómo podría uno ignorar o dejar de ver el ocultamiento
de miles de millones de dólares de riqueza mal habida en cuentas
bancarias secretas por parte de algunos de los peores autócratas del
mundo, muchos de ellos antiguos clientes de estas entidades?
En paralelo a estos avances, y a una mayor conciencia pública
internacional acerca de la corrupción, en la década de 1990 fuimos
testigos de un gran número de escándalos que involucraron a importantes
figuras políticas en algún tipo de soborno o corrupción. En India y
Pakistán, los primeros ministros fueron derrotados principalmente porque
fueron acusados de corrupción. En Corea del Sur, dos presidentes fueron
encarcelados tras revelaciones de cohechos, mientras que en Brasil y
Venezuela, los presidentes fueron procesados y destituidos de sus cargos
debido a acusaciones similares. Por su parte, en Italia, un número
importante de políticos, que habían gobernado el país durante la
posguerra, fueron enviados a la cárcel por magistrados que además dieron
a conocer la vasta red de sobornos entre partidos políticos y miembros
del sector empresarial. Hubo menos progresos en África, pero, sin lugar a
dudas, se hizo más difícil ocultar la corrupción y las nuevas
tecnologías de las comunicaciones resultaron ser un aliado útil para
lograr mayor apertura y transparencia.
Un hecho relacionado atañe a los cambios en la economía global, los
cuales aumentaron significativamente la percepción de la importancia de
la productividad como motor básico de la prosperidad. La globalización
destacó la importancia de la eficiencia. Si los países no usan con
eficacia los escasos recursos, no pueden esperar mantener su presencia
en la economía mundial y competir en un mercado cada vez más complejo.
Y, sin duda, la prevalencia de actos de corrupción desvía la atención de
este objetivo. Además, los líderes empresariales comenzaron a hablar
con más fuerza sobre la necesidad de tener igualdad de condiciones y los
costos relacionados de hacer negocios en ambientes corruptos.
En los años noventa, el Gobierno de Estados Unidos hizo esfuerzos por
mantener presente el tema de la corrupción en sus diálogos con los
asociados de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo
Económicos (OCDE), aumentando todavía más la conciencia internacional
sobre esta materia. La Ley de Prácticas Corruptas en el Extranjero de
1977 había prohibido a los empresarios y corporaciones estadounidenses
sobornar a funcionarios gubernamentales foráneos, imponiendo severas
sanciones, como penas de prisión, a los involucrados en el pago de
cohechos. Como los otros países de la OCDE no estaban sujetos a tales
restricciones —de hecho, el pago de sobornos continuó siendo deducible
de impuestos en la mayoría de los miembros de la OCDE al ser considerado
un costo de hacer negocios en el extranjero—, las empresas
estadounidenses se quejaron que estaban sufriendo pérdidas frente a los
competidores de la OCDE. Los académicos que analizaron los datos
mostraron que, tras la aprobación de la ley, las actividades de negocios
de Estados Unidos en el extranjero disminuyeron sustancialmente, ya que
la legislación en realidad había contribuido a socavar la posición
competitiva de las empresas estadounidenses. Estos acontecimientos
dieron un ímpetu considerable a las medidas del Gobierno de Estados
Unidos para persuadir a los otros miembros de la OCDE a que prohibieran
estas prácticas de corrupción y en 1997 esta organización adoptó la
Convención Antisobornos, que se transformó en un importante logro legal.
La labor de Transparencia Internacional (TI) y su reconocido Índice de Percepción de Corrupción (IPC),
(i) que empezó a ser publicado en 1993, también contribuyó a este
cambio de actitud. Era de conocimiento público que la corrupción
existía en todas partes. No obstante, TI demostró que algunos países
habían tenido más éxito que otros en disminuir el problema y ayudó en
gran medida a centrar la atención y validar el discurso público sobre el
tema, facilitando así que los organismos multilaterales hicieran lo
mismo.
Las mismas organizaciones internacionales respaldaron en breve a
Transparencia Internacional. En las Reuniones Anuales del Grupo del
Banco Mundial y del FMI en 1996, el entonces presidente del Banco, James
Wolfensohn, pronunció un discurso trascendental, señalando que había
una responsabilidad colectiva de enfrentar “el cáncer de la corrupción”.
Más importante aún, Wolfensohn dio un fuerte apoyo a los esfuerzos del
personal del Banco Mundial para desarrollar una amplia serie de indicadores de buen gobierno,
incluyendo aquellos que específicamente miden el nivel de corrupción.
Este fue un avance muy significativo porque posibilitó que el Banco
Mundial, a través del uso de indicadores y datos medibles, se focalizara
en los temas de buen gobierno y corrupción al mismo tiempo que no
parece interferir en los asuntos políticos de sus países miembros.
Todo lo anterior explica de alguna manera los factores que
contribuyeron a cambiar la manera de pensar sobre la importancia de la
corrupción. En nuestros siguientes blogs examinaremos tres temas
adicionales: las fuentes de la corrupción, el impacto económico de este
problema y qué se puede hacer al respecto.