Cooperación internacional, ética y cambio climático
En nuestro empeño
de buscar un desarrollo sostenible y cargado de contenido, invertir
en la conservación y reparar el daño medioambiental causado por
décadas de abandono, tenemos que explorar y comprender mejor el
papel de la cooperación internacional y por qué la ética y los
valores humanos son cruciales en este debate.
Cooperación
internacional. Un ingrediente clave para generar una vía
sostenible de desarrollo deberá ser un refuerzo significativo de los
mecanismos actuales de cooperación internacional, que han resultado
insuficientes para hacer frente a los retos globales que nos
aguardan. El proceso de globalización está desarrollándose sin
unas instituciones internacionales capaces de sostenerlo y aprovechar
de forma positiva sus posibilidades.
No existe una
autoridad medioambiental mundial, por ejemplo. La política del
cambio climático se elabora mediante estrategias ad hoc, con
elementos de cooperación internacional, cumplimiento voluntario y
grandes dosis de esperanza. Sin un órgano con competencias sobre el
medio ambiente mundial y la correspondiente autoridad legal para
obligar a su cumplimiento, a la hora de la verdad, la comunidad
internacional ha dejado la gestión del medio ambiente en manos del
azar y de los Estados bienintencionados. Ni siquiera la plena
aplicación del Acuerdo de París de 2015, por el que 175 países se
comprometieron a reducir las emisiones, evitará un calentamiento de
más de 2ºC, el límite que los científicos del clima consideran
infranqueable para evitar “consecuencias potencialmente
devastadoras” (Stern 2016).
Tanto cuando
hablamos del cambio climático como cuando abordamos otros retos
mundiales, lo cierto es que los grandes problemas planetarios están
desatendidos porque carecemos de mecanismos e instituciones
suficientemente fuertes para abordarlos.
Es esencial
disponer de unos mecanismos de cooperación internacional eficaces y
creíbles, que tengan legitimidad y sean capaces de actuar en interés
de la humanidad —no de los de un grupo concreto de países— para
que el mundo consiga encontrar el justo equilibrio entre la
preocupación por el medio ambiente y las políticas que deben
sustentar dicha preocupación, por un lado, y, por otro, la necesidad
de asegurar un desarrollo de la economía mundial que ofrezca
oportunidades a todos, en particular a los pobres y los
desfavorecidos.
No está claro si
el sistema actual de naciones-estado soberanas es capaz de alcanzar
este grado de cooperación o si va a ser necesaria una
reestructuración más fundamental, que implique mayores niveles de
responsabilidad nacional para garantizar resultados que sirvan mejor
a las generaciones presentes y futuras.
Ética y
valores humanos. Por último, ninguna estrategia dirigida a
fomentar la aparición de una vía de desarrollo sostenible estaría
completa sin una revisión fundamental de los valores humanos que han
impulsado en gran parte el proceso de desarrollo durante el último
siglo. En los últimos años, un cúmulo considerable de
investigaciones académicas ha examinado la correlación entre el
aumento de las rentas y la felicidad humana. La cuestión tal vez
habría parecido ligeramente pintoresca hace un par de decenios,
cuando los economistas en el ámbito académico y los responsables
políticos de gobiernos y organizaciones financieras internacionales
aceptaban más o menos como artículo de fe que tener más
crecimiento y más rentas siempre sería deseable e incrementaría el
bienestar humano y, de paso, la felicidad.
Sin embargo,
varias conclusiones han contribuido a un cambio gradual de
perspectiva. En primer lugar, el descubrimiento de que, por mucho que
contribuyeran las décadas de robusto crecimiento económico en la
posguerra a mejorar los niveles de vida, la economía mundial estaba
empezando a topar con unas limitaciones medioambientales que eran
tangibles.
En segundo lugar,
los psicólogos, dotados de nuevas herramientas analíticas
desarrolladas en otras ciencias, podían demostrar que la felicidad
humana estaba relacionada con la renta solo hasta cierto punto. El
dinero parecía ser crucial para la felicidad si no se habían
cubierto las necesidades materiales básicas. Ahora bien, una vez
satisfechas, la felicidad se buscaba en otras fuentes que reflejaban
otras aspiraciones espirituales más profundas, como la amistad, las
relaciones, el sentimiento de tener un propósito en la vida,
seguridad, entre otras.
Estas
observaciones indican la necesidad de ampliar la definición de
“bienestar” e investigar con más detalle la relación entre una
actividad de mercado en aumento y el bienestar de las personas que
participan en el sistema económico. Un punto de partida sería
establecer un límite mental más claro entre los conceptos de
“crecimiento” y “desarrollo”.
El primero es
esencialmente un concepto cuantitativo que captura la expansión en
la escala del sistema económico, mientras que el segundo se refiere
a los cambios cualitativos en ese sistema así como en sus relaciones
con el entorno y otros aspectos de la vida en la comunidad. La
economía, debidamente entendida, tendría que preocuparse menos por
cómo aumentar la dimensión física del sistema económico y más
por el bienestar a largo plazo de la comunidad cuyos intereses, en
última instancia, pretende servir.